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La épica de la vida a bordo:
Master and Commander, de Peter Weir
Si hay algún lugar en España que merece la visita de un
aficionado a la historia naval, ése es el Puerto de Mahón,
un profundo golfo de aguas azules y calmas que se abre hacia el Mediterráneo
en el extremo oriental de la isla de Menorca. El Puerto de Mahón,
con sus costas recortadas, sus islas, playas y fondeaderos, sus casitas
de vivos tonos encarnados (herencia del dominio inglés sobre la
isla) que se encaraman por las laderas, es un lugar mágico, donde
el oído atento todavía puede escuchar, a poco que se deje
llevar por la imaginación, los ecos de su historia apasionante
y turbulenta. En cualquiera de sus rincones —junto a las ruinas
del fuerte de San Felipe, frente a los muros del Lazareto o bajo los
acantilados de la impresionante fortaleza de La Mola (el punto más
oriental de España, emplazamiento de una monumental batería
de costa)— y a la intensa luz del sol mediterráneo, es fácil
dejarse invadir por las ensoñaciones y recordar la época
de los grandes veleros, de los furiosos combates en que poderosos navíos
de línea se enfrentaban a cañonazo limpio, penol contra
penol.
Son justamente ésos los escenarios y el tiempo en que el novelista
inglés Patrick O’Brian1
ambientó la emocionante serie de novelas de aventuras protagonizadas
por el capitán Jack Aubrey y el cirujano y agente secreto Stephen
Maturin. De hecho, la primera novela de la serie, Master and Commander,
comienza en la primavera de 1800, en la residencia del gobernador británico
de Puerto Mahón; ahí se encuentran por primera vez Aubrey
y Maturin, mientras asisten a la interpretación del Cuarteto
en do mayor de Locatelli. Por su parte, el argumento de la película
de Peter Weir nos traslada a 1805, en plenas guerras napoleónicas:
el capitán Aubrey, al mando de la fragata británica Surprise,
ha recibido órdenes de capturar o hundir un barco de la armada
francesa, el Acheron, más fuerte y mejor armado que el
suyo. Tras escapar ingeniosamente de un ataque por sorpresa del navío
francés, Aubrey emprende una persecución implacable que
le hará atravesar el Cabo de Hornos, rumbo a la inmensidad del
Pacífico. Tras una breve visita a las Islas Galápagos, donde
el doctor Maturin resulta gravemente herido, la Surprise se encuentra
por fin, en un combate dramático, con el esquivo y casi fantasmal
Acheron.
Los
lectores de Patrick O’Brian habrán podido comprobar que el
argumento de la película está inspirado en la décima
novela de la serie, The far side of the world, cuya acción
se desarrolla durante la guerra británico-norteamericana de 18122.
Aunque basada sobre todo en esta novela, la película de Peter Weir
lleva en su título el recuerdo de la primera de la serie, quizás
en su deseo de garantizarse un buen futuro comercial entre los admiradores
de la saga de O’Brian, y acaso también para sugerir con ese
título bimembre la posible continuidad de las aventuras cinematográficas
de la Surprise. Si mi suposición es cierta, ya puede contar
la productora con un cliente seguro para su próxima entrega, pues
lo cierto es que el filme cumple sobradamente las expectativas no sólo
de los admiradores de las novelas protagonizadas por Aubrey y Maturin,
sino las de cualquier espectador a quien le guste el buen cine, y más
si se trata de un aficionado a las películas de aventuras marítimas,
ese género casi olvidado en las últimas décadas3,
del que forman parte películas tan inolvidables como El cisne
negro, Capitanes intrépidos, El hidalgo de los
mares, El mundo en sus manos, Moby Dick o El temible
burlón. No sé si llegaría a suscribir las palabras
de Arturo Pérez-Reverte (“Hacía mucho tiempo que el
cine no me deparaba dos horas de felicidad tan absoluta”)4,
pero la verdad es que uno sale de la proyección de Master and
Commander con la misma sensación de gozo y entusiasmo que
experimentaba cuando era un niño y asistía a una de aquellas
sesiones vespertinas pobladas de críos ruidosos y díscolos,
que nos quedábamos embobados en cuanto veíamos la imagen
de un navío de línea de setenta cañones, dirigido
a todo trapo contra el patio de butacas.
Con
todo, Master and Commander no es una película que sólo
se pueda disfrutar desde la mirada inocente y fascinada del adolescente
tentado por el retrato de la vida aventurera. Analizado desde una perspectiva
más compleja —la de su relación con el
género al que pertenece y con el universo narrativo de O’Brian—,
se trata de un filme tan ambicioso como meritorio, pues la empresa de
llevar a la pantalla las aventuras de la fragata Surprise y de
sus tripulantes no era fácil. En efecto, el guión (obra
de Peter Weir y John Collee) estaba obligado a verter en imágenes
un mundo tan denso y detallista como el novelado por Patrick O’Brian,
con su puntilloso empleo de la terminología naval, su peculiar
discurso narrativo —tan libre y aparentemente desorganizado que
pasa, casi sin solución de continuidad, del fragor de los combates
a las escenas más intimistas o a los pasajes de contenido histórico
y hasta ensayístico—, su preocupación por la verosimilitud
histórica y su nutrido universo de personajes, todos ellos intensos
y vigorosos. Tampoco conviene olvidar que ese mundo literario se ha ganado
un público fidelísimo y sumamente exigente a lo largo de
nada menos que veinte novelas, que han conocido un éxito editorial
inmenso (el artículo que he citado en la nota
1 avanza la cifra de seis millones de libros, publicados en dieciocho
idiomas). Dar satisfacción a tamaña audiencia era una empresa
de gran riesgo, sólo comparable a la que Peter Jackson ha llevado
recientemente a cabo con una obra tan colosal y tan querida del público
como El señor de los anillos.
Las semejanzas entre ambos proyectos —sus orígenes literarios,
el predominio de la nacionalidad inglesa en los elencos artísticos,
la amplitud de medios materiales y humanos invertidos en la producción,
su concepción como productos de la industria del entretenimiento
destinados a copar un importante nicho del mercado— merecerían
un análisis a fondo, aunque en cualquier caso son mucho menores
que sus evidentes diferencias. Mientras que Jackson optó por una
adaptación “enciclopédica” del original de Tolkien,
Weir ha preferido seguir un camino distinto, consistente en respetar el
espíritu y los rasgos más característicos del mundo
narrativo de O’Brian, pero sin considerar la novela en que está
basado el guión como un marco encorsetado y rígido. Los
conocedores de la serie narrativa que comparen la novela con el guión
fílmico comprobarán que éste presenta numerosos cambios
con respecto a aquélla5,
a pesar de lo cual no tienen por qué sentirse incómodos,
ya que lo fundamental de ese mundo narrativo es fácilmente reconocible,
tanto en los aspectos más notorios —el esquema argumental,
la ambientación de época, la relación entre los personajes—
como en multitud de detalles, en algunos casos realmente minuciosos6.
Se podría decir que Weir y Collee han logrado producir un extracto
muy concentrado de las novelas de O’Brian mediante un procedimiento
consistente en depurar sus elementos accesorios, lo cual permite mostrar
en toda su fascinante plenitud la interacción entre los tres elementos
clave —el mar, los buques, los hombres— que conforman su mundo
narrativo7.
El hecho de que la película transcurra casi íntegramente
en el limitado espacio de la Surprise y en alta mar, sin otros
personajes que los tripulantes de la fragata, favorece la concentración
dramática de la historia y permite que el espectador se identifique
con el destino de los personajes, todos ellos magníficamente trazados.
El episodio que transcurre en las Islas Galápagos (el único
momento de la película en que los personajes echan pie a tierra)
no altera en modo alguno este planteamiento, pues sirve para ahondar en
la relación que mantienen los dos protagonistas y asimismo para
destacar aspectos esenciales de la personalidad del cirujano, como su
valentía y su pasión naturalista. La poda y los injertos
a los que el guión somete a la novela —por una parte, la
eliminación de los largos preparativos en la base británica
de Gibraltar, los personajes femeninos que viajan en la fragata o el curioso
episodio en que Aubrey y Maturin quedan a merced de unas nativas polinesias;
por otra, el añadido de los dos violentos combates contra el Acheron—,
cobran así pleno sentido, pues ni traicionan el espíritu
de la serie novelística ni son tampoco concesiones gratuitas a
esa espectacularidad gratuita y en el fondo anacrónica en la que
con tanta frecuencia incurre el cine contemporáneo.
Con esta vigorosa adaptación cinematográfica, el director
australiano Peter Weir añade un hito muy visible a una trayectoria
cinematográfica más bien irregular, aunque en mi opinión
nada desdeñable, en la que figuran títulos tan valiosos
como Gallipoli, El año que vivimos peligrosamente,
Único testigo, El club de los poetas muertos
o El show de Truman. A pesar de que no conozco todas sus obras
—he oído maravillas de dos de sus filmes de la etapa “australiana”
que no tenido oportunidad de ver, Picnic en Hanging Rock y La
última ola—, no ha habido una sola película suya
que no me haya gustado, incluidas algunas como La costa de los mosquitos
o Matrimonio de conveniencia, que no parecen contarse entre sus
logros indiscutibles. Master and Commander confirma el talento
de un director que, sin perder de vista las exigencias del cine comercial,
sabe dotar a sus películas de un sello de calidad y de personajes
creíbles y atractivos, a menudo dotados de un punto de extrañeza
y hasta de locura.
Es evidente que Peter Weir ha puesto un interés muy especial
en los personajes de su última producción, como no podía
ser de otra manera si se tiene en cuenta que uno de los rasgos más
recordados de las novelas marineras de O’Brian es la relación
entre el capitán inglés Jack “el afortunado” Aubrey
y el cirujano y espía de origen irlandés Stephen Maturin.
Sus aventuras, sus charlas, sus discusiones y, por supuesto, sus dúos
de violín y violoncelo pautan las novelas de O’Brian con
un ritmo singular que cualquier adaptación cinematográfica
estaba obligada a tratar con mimo. Y en este aspecto la versión
de Peter Weir no defrauda lo más mínimo, pues tanto Russell
Crowe (el capitán Aubrey) como Paul Bettany (el doctor Maturin)
llevan a cabo unas excelentes caracterizaciones. Casi todos los comentarios
y reseñas que he tenido oportunidad de leer coinciden en alabar
la propiedad con la que Russell Crowe se ha metido en la piel de Aubrey,
a quien encarna con la simpatía y el don de gentes, la autoconfianza
y la energía (incluso con el físico rotundo y la tendencia
al sobrepeso criticada en más de una ocasión por el doctor
Maturin en las novelas) que se esperaban de un actor capaz
de creaciones tan logradas como las del agente Bud White de L.A.
Confidencial o el general Máximo Décimo de Gladiator.
Sin embargo, el mejor hallazgo que nos depara Master and Commander en
el terreno de las interpretaciones no es, con todo lo excelente que se
pretenda, el de
Russell Crowe. Si algún actor del filme merece el reconocimiento
del espectador, ése es Paul Bettany. Su interpretación
del cirujano naval —un personaje no tan brillante pero quizás
de mayor interés y dificultad para un actor, pues se trata de
un carácter menos predecible que el de Aubrey, más matizado
y complejo por su doble lealtad a la disciplina militar y a las exigencias
del juramento hipocrático—, está realizada con tan
magníficas muestras de ironía, con toques tan sutiles de
ingenio, de humor soterrado e inteligente, que todas y cada una de sus
intervenciones hacen las delicias del espectador.
El Aubrey y el Maturin de la película no son sólo tipos —el
héroe valeroso y apasionado, su compañero sesudo y racional—,
sino auténticos caracteres, personajes redondos y plenos. Ni el
capitán ni el cirujano carecen de defectos —el uno es testarudo
y orgulloso hasta la temeridad, y su interés por la gloria militar
no es menor que su ansia de botín; el otro se abstrae hasta tal
punto de la realidad del barco por su dedicación a su pasión
naturalista que está a punto de olvidar su deber— y eso
es justamente lo que les proporciona ese tono de realidad y verosimilitud,
tan distinto al de las falsillas convencionales en que tan a menudo incurre
el cine de Hollywood. Con su inteligente lectura de las novelas de O’Brian
y la espléndida interpretación de sus actores protagonistas,
Peter Weir introduce a Aubrey y Maturin en la antología de las
mejores parejas masculinas de la historia del cine y celebra un sentido
homenaje a la amistad más profunda y sincera. Pues eso son el
capitán y el cirujano, dos amigos entrañables que conversan
y se gastan bromas, discuten —magnífico el enfrentamiento
en la cámara del capitán, motivado por el reproche de Maturin
ante la temeraria obstinación de Aubrey—, y hacen las paces,
se ayudan en los momentos de mayor peligro y emoción, se admiran
mutuamente e interpretan juntos una música maravillosa.
Este sentido de la amistad y de la camaradería recorre toda la
historia y le proporciona el valor añadido que la convierte en
una película inolvidable. Como toda aventura realmente
digna de tal nombre, Master and Commander también es
un relato portador de valores, con un profundo sentido moral. Más
allá de
la épica bélica, de la apología de una nación
y una bandera, el filme de Peter Weir toca la fibra sensible de cualquier
ser humano porque trata valores universales y lo hace mediante personajes
reales, cercanos, captados en todas las facetas de su vibrante humanidad.
El retrato de la vida marinera es espléndido, y no sólo
por la eficacia de la ambientación y la puesta en escena —verdaderamente
asombrosas, como la crítica ha reconocido de forma unánime—,
sino por el detallismo y la cercanía de la
mirada del director, que desde luego se ve favorecida por un reparto
en el que no abundan caras conocidas, y sí actores sobrios y verosímiles,
a través de los cuales se transparentan de forma diáfana
los personajes que encarnan. Las cámaras recorren la Surprise en
todos sus ejes —desde las sentinas a las cofas, de la popa al
extremo del bauprés, de la banda de babor a estribor—, en
todas las circunstancias meteorológicas —durante las calmas
chichas, con vientos favorables que permiten desplegar todo el velamen,
en medio de una galerna en el Cabo de Hornos—, y en todos los momentos
que mejor retratan la vida de la tripulación de un velero. En
mi opinión, el mayor interés de la película de Peter
Weir no procede de la narración de los episodios más espectaculares —los
dos combates contra el Acheron o la terrible travesía
de las aguas australes—, sino de aquellos que retratan la convivencia
cotidiana de la fragata Surprise: las maniobras sobre cubierta
o en la jarcia, los castigos corporales (con el látigo de nueve
colas rasgando la espalda del marinero atado a un enjaretado), las canciones
cantadas
a la luz de la luna (esa historia de damas españolas, que no llegué a
entender del todo, pero que tenía un tono pícaro y juguetón),
las conversaciones de los marineros bajo cubierta, con sus obsesiones
y supersticiones, la importancia del grog, el estrépito
de las reparaciones, las alegres y desenfadadas comidas en la cámara
del capitán.
Toda auténtica historia de aventuras es en gran medida una historia
de formación de la personalidad y el carácter. Así ocurre
también en Master and Commander, película que
reserva una parte sustancial de las escenas más emocionantes a
la educación
de los jóvenes guardiamarinas, especialmente los dos más
jóvenes, Peter Calamy, interpretado por Max Benitz, y Lord Blakeney,
papel que representa un actor de catorce años, Max Pirkis. Blakeney
es un personaje adorable, quizás el más entrañable
y cautivador de toda la película, y con él demuestra Peter
Weir su habilidad para obtener los mejores registros de jovencísimos
actores (recordemos al maravilloso Lukas Haas de Único testigo).
Hay al menos tres momentos en la película relacionados con la
particular historia de Blakeney particularmente dignos de mención. El
primero es la escena de la amputación de su brazo derecho tras
el combate inicial con el Acheron, que muestra a un Maturin capaz de
manejar sus
temibles instrumentos (el escalpelo, la sierra) con una delicadeza inesperada;
mientras tanto, el joven guardiamarina, no del todo sedado por el láudano,
soporta el dolor con una entereza que hace exclamar al cirujano “Nunca
había visto tanto valor en un adulto”. La secuencia es admirable,
además, porque está narrada con gran elegancia: antes de
que se produzca la amputación, el espectador comprende, sin que
nadie lo diga explícitamente y sin el recurso a esos primeros
planos melodramáticos de algunas películas donde hasta
el mínimo detalle se explica, que la cruenta intervención
es inevitable.
Poco después de esta secuencia, Aubrey baja a visitar al guardiamarina,
que convalece de sus heridas. El capitán no trata a Blakeney con
la exquisita condescendencia que sería esperable según nuestra
sensibilidad posmoderna; por el contrario, le regala un libro, y no uno
cualquiera, sino la biografía de Lord Nelson, que no sólo
era por entonces el mayor héroe británico vivo, sino también
un marino que había perdido su brazo derecho en combate8.
No hay sombra de sentimentalismo en la escena, pues el centro de la conversación
se desplaza rápidamente desde la convalecencia del joven hacia
la admiración que capitán y guardiamarina comparten por
el almirante británico. Una escena verdaderamente instructiva,
toda una lección de hombría, valor y sentido del deber.
El último episodio que me interesa destacar revela cómo
el guardiamarina ha superado su mutilación y fortalecido su carácter:
poco antes del combate final, Blakeney ordena a los hombres bajo su mando
que se pongan en el brazo un distintivo falso, como parte de la estrategia
del capitán Aubrey de disfrazar su fragata de barco ballenero
y hacer creer así al Acheron que se encuentra ante una presa fácil.
Un marinero no sabe cuál es su brazo derecho, y Blakeney le contesta
que es el de estribor. El marinero, todavía confuso, pregunta
si el brazo en cuestión es el que conserva el guardiamarina o
el que ha perdido; Blakeney aclara sus dudas pero inmediatamente después
le amonesta por su inaceptable desfachatez. La escena, con el abrupto
contraste entre el muchacho de cara angelical y ademanes enérgicos,
y el adulto hecho y derecho que se ve sorprendido por su autoridad, es
un magnífico ejemplo de humanidad y sentido del humor, y al mismo
tiempo un ejemplo muy significativo de la tonalidad emocional de la película.
Master and Commander es un filme que atrapa la atención
desde el primer instante, pero además cuenta una historia valiosa,
de la que el espectador sale enriquecido. La cinta no sólo
sobrecoge por el fragor de sus batallas y el rumor de la navegación
por mares embravecidos, ni por exhibir un alarde de imágenes
deslumbrantes y perfecciones técnicas —que, no obstante,
se perciben en muchos momentos, como en las espléndidas tomas
aéreas que sobrevuelan la fragata Surprise, en la espectacular
y complejísima secuencia de la travesía del Cabo de Hornos,
o en los hermosos planos generales de las Islas Galápagos—,
sino que además logra conmover de un modo en que pocas películas
de aventuras contemporáneas lo han hecho. Cine
de indudable perfección formal y un digno ejemplo de educación
de los jóvenes en valores como el sentido del deber, la responsabilidad, la lealtad,
el compañerismo, el coraje, el respeto hacia el adversario y la importancia
del estudio. Cuando veía las escenas en las que se enseña
a los guardiamarinas el auténtico valor de la autoridad y la disciplina,
o las nociones de náutica y formación humanística —qué hermosos
los episodios de aprendizaje del sextante y de exploración de
las Galápagos, con un Blakeney convertido en discípulo
de Maturin, entre iguanas, cactos y tortugas— no podía dejar
de pensar en mi condición de profesor que trata con muchachos
de la misma edad que el guardiamarina, para quienes a menudo los libros
resultan tan extraños como las iguanas marinas para los tripulantes
de la Surprise. Con profunda satisfacción, pero también
con cierta melancolía, pensé que pocas películas
contemporáneas tratan con tanta reverencia los libros y la lectura,
y que aún menos se demoran en mostrar a los personajes leyendo
y escribiendo.
Cuando intuye que se aproxima el desenlace, el espectador sólo
puede lamentarse de que la época gloriosa de las sesiones continuas
haya pasado a mejor vida. Y en la secuencia final, cuando Aubrey y Maturin
toman el violín y el violoncelo, se sientan ante sus partituras
y comienzan a rasguear con los dedos sobre las cuerdas las notas de “Los
Manolos”, del Quintettino per archi, nº 6, op. 30, “La
musica notturna delle strade di Madrid”, de Luigi Boccherini, uno se
ve a sí mismo enardecido, transportado por esa melodía
que tiene aires de jota y rumor de gentes valerosas y gallardas. La cámara
abandona entonces los aposentos del capitán Aubrey y sobrevuela
la Surprise, en un elegante movimiento muy característico
de la película. Se sienten entonces unas tremendas ansias de empuñar
el sable y el mosquete y de salir corriendo a enrolarse en el primer
navío de tres palos que zarpe para los Mares del Sur.
Quién no seguiría a un capitán como Jack Aubrey
hasta el fin del mundo.
Notas
1.
Los interesados en conocer los detalles de la vida y la obra de Patrick
O’Brian(1914-2000), inglés de nacimiento, pero irlandés
de adopción, y cuyo nombre real era Richard Patrick Russ, pueden
consultar el artículo de F.L. Del Pino, “Capitán de
mar y guerra. Las aventuras de Aubrey y Maturin”, en Qué
leer, 83, diciembre 2003, pp. 36-40, donde aparece un utilísimo
resumen de la serie novelística. A este artículo le acompaña
una breve y muy interesante semblanza biográfica que con el título
“Marinero en tierra” firma Daniel Fernández. «
2. Toda la serie novelística
ha sido editada en castellano por Edhasa
(su última entrega, Azul en la mesana, acaba de aparecer
en las librerías mientras redacto estas líneas). Publicadas
originalmente en 1970 y 1984, las dos novelas que inspiran la película
de Peter Weir se han editado en España con los títulos de
Capitán de mar y guerra (1994) y La costa más
lejana del mundo (2002), respectivamente. Yo leí la primera
en noviembre de 1994, pocos meses después de haber pasado unas
deliciosas vacaciones en Menorca. «
3. Olvidado o maltratado,
según se mire, porque si bien es cierto que en los últimos
años no han faltado títulos representativos —entre
los cuales cabe citar Piratas (1986), de Roman Polanski, La
isla de las cabezas cortadas (1995), de Renny Harlin o la reciente
Piratas del mar Caribe (2002), de Gore Verbinski—, las
películas de aventuras marítimas, quizás algo confusas
acerca de la vigencia del género, y desde luego excesivamente contagiadas
del frenesí general por los efectos especiales, parecían
haber perdido aquel encanto que nos hizo vibrar en el pasado. «
4. Arturo Pérez-Reverte,
“El viejo amigo Jack Aubrey”, El Semanal, 841, 7-13
diciembre 2003, p. 8.; la frase que he citado ha sido ampliamente utilizada
por la productora en la promoción de la película en las
carteleras españolas. Aunque a mí me ha gustado mucho la
película, tengo que admitir que no es una obra maestra como las
de King, Fleming, Walsh, Huston y Siodmak a las que me acabo de referir,
porque no alcanza el lirismo ni la vibración emocional que transmiten
esos clásicos. Por otra parte, y dejando aparte el hecho de que
conviene haber leído antes a O’Brian para disfrutar plenamente
de Master and Commander, ésta es una película que
puede resultar un tanto incómoda para aquellos espectadores no
especialmente gustosos del género de las aventuras marítimas
y de los barcos de vela, pues su historia está más centrada
en la vida cotidiana del barco que en la propia aventura; además,
su mundo cerrado y rudamente masculino puede disuadir a quienes prefieren
otro tipo de relaciones personales —el romance brilla por su ausencia,
al igual que los personajes femeninos— y se encuentran más
a gusto en otra clase de escenarios. «
5. El cambio más
relevante de la adaptación cinematográfica es seguramente
también el menos defendible: en la novela, el buque enemigo es
la fragata norteamericana Norfolk, al cual persigue la Surprise
como parte de las operaciones navales de la guerra entre Inglaterra y
Norteamérica de 1812; en este caso parece evidente que la fidelidad
al original hubiera podido dañar la carrera comercial del filme.
Por el contrario, el añadido de los dos combates contra el Acheron,
ninguno de los cuales aparece en la novela, resulta mucho más justificable,
pues se trata de episodios necesarios para encuadrar el argumento y dar
solidez a la estructura dramática; además, son hechos perfectamente
coherentes con el mundo narrativo de O’Brian. Por último,
otros cambios menores —la eliminación de los personajes femeninos
que viajan en la fragata, la práctica supresión de las tramas
secundarias y los episodios laterales— vienen obligados por la propia
naturaleza del texto cinematográfico, mucho menos extenso que el
literario, y por la voluntad del director de centrarse en la descripción
de la vida de los marinos. «
6. La película se
las arregla para traer a escena a la práctica totalidad de los
tripulantes enrolados en la Surprise novelística: Allen,
Blakeney, Calamy, Hollom, Lamb, Killick, Mowett, Plaice, Pullings —y
advierto que esta lista no agota el rol de oficiales y marineros—,
cada uno con un papel que sobrepasa lo puramente episódico. Se
podrían multiplicar los ejemplos, pero secuencias tan llamativas
como la trepanación de un marinero ante los ojos asombrados de
la tripulación, el volteo regular de la ampolleta (un reloj de
arena) para marcar las horas, o la comida en la cámara del capitán
en la que se sirve un pastel que imita la silueta de las Islas Galápagos,
están tomadas, casi al pie de la letra, de La costa más
lejana del mundo. «
7.
Algunos de los reproches que se han realizado a esta película —que
resulta excesivamente morosa en su primera hora, o que carece del necesario
brío, por ejemplo— creo que derivan precisamente de la fidelidad
de la adaptación a la particular naturaleza de las novelas de O’Brian,
bastante más reposadas de lo que pueda pensar un espectador que
sólo las conoce por sus cubiertas o por los resúmenes de
prensa. Como ya he señalado en la nota 5,
Master and Commander ofrece mucha más acción bélica
que la novela en que está basada; por otro lado, todos los relatos
de O’Brian se muestran más interesados por la vida cotidiana
de los marinos y los múltiples detalles de sus buques que por la
acción en sentido estricto. Otro aspecto que ha suscitado polémica
—la eterna discusión, que siempre afecta a las películas
históricas, y más si se les adjudica esa etiqueta tan poco
favorecedora de “superproducciones”, acerca de si la película
traslada a la pantalla las condiciones reales de la vida de los tripulantes
de un buque de guerra de principios del siglo XIX y si su discurso “ideológico”
es compatible con dicha representación— creo que también
debe sustanciarse desde la perspectiva del original literario: O’Brian
es realista hasta donde desea serlo, y su realismo cede ante una visión
ideológica claramente en sintonía con los valores de la
disciplina, el sentido del deber, la camaradería y el orgullo patriótico,
que son los dominantes en la época que retrata. Es cierto que sus
novelas son más crudas que la película (en La costa
más lejana del mundo hay alusiones al bestialismo y la homosexualidad
de los marineros, por no hablar de crímenes causados por los celos,
infidelidades conyugales, amazonas polinesias que castran a los hombres
que raptan, terribles escenas de sufrimiento y dolor), pero también
lo es que en el terreno ideológico hay una significativa coindicencia
entre el filme y el original novelístico. Y no creo que sea incompatible
detestar el imperialismo inglés (cualquier imperialismo) y al mismo
tiempo sentirse conmovido por la forma en que Aubrey y Maturin educan
a los guardiamarinas. «
8. En combate contra los
españoles y en aguas de Santa Cruz de Tenerife (1797), por cierto.
No estoy del todo seguro, pero quizás esta secuencia constituya
un anacronismo. En efecto, la acción narrada en la película
transcurre en 1805, al mismo año en que murió el almirante
Horatio Nelson, tras el combate de Trafalgar, el cual tuvo lugar el 21
de octubre de 1805. El capitán Aubrey entrega a Blakeney una biografía
del almirante, quien, a juzgar por la conversación, todavía
vive. Según los datos que he encontrado en Internet, la primera
biografía de Nelson es del año 1805, un poco justo para
que el libro llegue a manos de Aubrey. Los interesados pueden encontrar
más información en Horatio
Nelson, a bibliography. «
Para saber más
La devoción de los lectores por la obra de Patrick O'Brian se
evidencia por la proliferación de sitios en Internet dedicados
a su obra, entre los cuales pueden destacarse los siguientes:
En cuanto a la película de Peter Weir, he aquí algunas referencias
de interés:
- Web
oficial de la película, magníficamente diseñada,
y con versión en castellano.
- La inevitable ficha
de la película en la Internet Movie Data Base, tan útil
para los cinéfilos y público en general. Si Google se
merece un monumento, la IMDB otro. De aquí y de la siguiente
web he tomado las fotografías que ilustran la reseña.
- La
Butaca, una de las mejores webs españolas sobre cine, que
ofrece información muy valiosa sobre el rodaje, los detalles
técnicos, la música, el reparto, etc. Contiene, además,
tres críticas de variada opinión, a cargo de Joaquín
R. Fernández, David
Garrido y Migue
Muñoz. Otra interesante crítica de Alejandro G. Calvo,
no demasiado favorable, puede leerse en Miradas
del cine.
- Recomiendo dos textos que deberían leer incluso
quienes no sean muy aficionados al cine: en primer lugar, la acertadísima
crítica de Tomás Fernández Valentí, “Hombres
del mar”, en Dirigido por, 329, diciembre 2003, pp. 18-20,
que no sólo ofrece una lectura muy sagaz del filme, sino que
además sitúa en sus justos términos la película
en relación con el conjunto de la obra cinematográfica
de Peter Weir. En segundo lugar, el artículo “Inmejorables
propósitos”, El País, miércoles
14 de enero de 2003, p. 11, en el que Félix de Azúa reflexiona
con su característica ironía sobre la que él llama
“película más subversiva del año”,
por su valentía a la hora de plantear una historia desde valores
de dignidad, sacrificio y coraje, tan poco corrientes hoy en día
en nuestras pantallas.
- Partiendo de las ideas de Azúa y del contenido de la presente reseña, recientemente he publicado un artículo en el que analizo la dimensión pedagógica de la película: “De las novelas al cine. Adaptación cinematográfica y proyecto educativo en Master and Commander, de Peter Weir”, Primeras Noticias de Literatura Infantil y Juvenil, 207, 2004, pp. 79-86.
Última actualización de la página:
6-12-2005
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