Sobre la ciencia ficción

Casi al final de Blade Runner, la celebradísima película de ciencia-ficción dirigida por Ridley Scott, el androide Roy Batty pronuncia unas palabras que se han hecho famosas: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión; he visto rayos C brillar en la oscuridad, cerca de la Puerta de Tannhauser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”. A continuación, el androide inclina la cabeza y expira, y con su gesto de resignado sufrimiento la máquina revela su verdadera condición humana.

Hay pocos momentos del cine contemporáneo que expresen de forma tan lírica y conmovedora la inevitable angustia ante la inminencia de la muerte y el dolor de quien sabe con seguridad que ya no podrá disfrutar por más tiempo de las inagotables maravillas del universo. La aguda sensibilidad del androide, su nostalgia de los prodigios de los que ha sido testigo, la evocadora plasticidad de sus palabras, se hallan en la raíz de la fascinación que en tantos lectores y espectadores provoca la ciencia-ficción, que quizás sea el único género (literario o cinematográfico, tanto da) donde todavía sobrevive el sentido del asombro, de la aventura, del descubrimiento.

La ciencia-ficción, basada en la libre especulación a partir de los amplísimos límites de la ciencia y la tecnología, ofrece unas inagotables posibilidades imaginativas a toda mente lúcida y curiosa. No hay para ella mundo indescriptible, ni suceso o personaje demasiado audaz o improbable: las profundidades de un océano sensitivo y consciente, pero impenetrable al conocimiento humano; las arenas de un enorme planeta desértico, habitadas por gusanos de arena que pueden tragarse una casa; los callejones radiactivos de las megalópolis asoladas por la guerra nuclear, donde los mutantes exhiben extraños poderes telepáticos; el resplandor de las conexiones neuronales de una mente alucinada...

No es arriesgado afirmar, por tanto, que el género de la ciencia-ficción constituye una aventura incomparable, tal vez una de las pocas que nos quedan por vivir en este mundo nuestro, cada vez más limitado y prosaico. Es, además, uno de los entretenimientos más productivos a los que puede aproximarse el lector contemporáneo, y una experiencia tan adictiva como la más violenta de las sustancias psicotrópicas. Por todo ello puede afirmarse que el amante de la ciencia-ficción no es un aficionado más a la literatura, sino un convencido, casi un creyente. A diferencia de lo que ocurre con otras experiencias artísticas, su fe no decae, sino que se refuerza con cada novela, con cada relato, con cada página ansiosamente recorrida en la dudosa luz del anochecer, cuando las sombras se pueblan de fantasmas y de secretos anhelos imposibles.


Un decálogo novelístico

Ofrezco a continuación unas brevísimas reseñas de algunos títulos fundamentales en el desarrollo de la ciencia-ficción contemporánea. He de advertir que la selección es enteramente subjetiva, fruto de las lecturas, a menudo algo caprichosas, que he realizado desde que me aficioné al género, hace ya bastantes años.

  • ASIMOV, Isaac, Yo robot, Barcelona, Edhasa, 1996. Esta colección de relatos constituye una magnífica oportunidad para meditar sobre la esencia del ser humano y la cada vez más delgada línea que nos separa de las inteligencias artificiales. Las tres leyes de la robótica que aquí formula Asimov por primera vez tal vez deberían formar parte de nuestro propio código de conducta moral.
  • CLARKE, Arthur C., Cita con Rama, Barcelona, Ultramar Editores, 1989. El genio científico de Clarke resplandece en esta novela, tan enigmática como fascinante. Se han propuesto muchas lecturas, pero todavía nadie ha logrado explicar qué es Rama (una gigantesca nave errante que aparece en el Sistema Solar de forma inexplicable) y la sorprendente ecología mecánica que transporta en su interior.
  • GOLDING, William, El señor de las moscas, Madrid, Alianza Editorial, 1996. Algunos puristas dirían que esta novela no encaja plenamente en las características propias de la ciencia-ficción. En cualquier caso, esta narración presenta, a través de una versión renovada del clásico tema de la colonización de una isla por unos robinsones (en este caso un grupo de niños que huyen de la guerra atómica), una parábola estremecedora de la innata crueldad de la condición humana.
  • HEINLEIN, Robert A., Tropas del espacio, Barcelona, Ediciones Martínez Roca, 1989. Novela apasionante cuyo interés logra imponerse incluso sobre su desagradable tufillo reaccionario. En ella se consagra el valor de la aventura y la acción sobre cualquier otro ingrediente literario. Si no se lee en la adolescencia, mejor no leerla ya.
  • HERBERT, Frank, Dune, Barcelona, Plaza y Janés, 1997. Una de las novelas más absorbentes e imaginativas que he leído en mi vida, auténtica obra de culto para muchos lectores. El planeta desértico Arrakis, sus monstruosos gusanos de arena, la fanática casta de guerreros freemen y las complicadas intrigas galácticas de los Harkkonen y los Atreides se han convertido en símbolos del género. La primera novela ha tenido varias continuaciones, lamentablemente muy inferiores en mérito a la que inició la saga.
  • LE GUIN, Ursula K., La mano izquierda de la oscuridad, Barcelona, Ediciones Minotauro, 1996. Este relato demuestra que la invención de mundos imaginarios y la especulación más desaforada no son incompatibles con valores más clásicos de la literatura de todas las épocas y culturas, como la sensibilidad, el amor y el erotismo.
  • LEM, Stanislaw, Solaris, Barcelona, Ediciones Minotauro, 1998. La sensación de grandeza y enormidad que a todos nos produce la contemplación del océano no son nada comparadas con las emociones que suscita el océano que cubre el planeta Solaris, un gigantesco ser vivo, misterioso e incomprensible para los seres humanos que intentan desentrañar sus secretos. Stanislaw Lem demuestra con esta obra que la ciencia ficción no es sólo patrimonio privativo de novelistas anglosajones.
  • MILLER, Walter M., Cántico por Leibowitz, Barcelona, Ediciones B, 1992. El autor retrata un universo postnuclear con claras reminiscencias medievales, en el que la recuperación del saber y la cultura representan un ejercicio de sacrificio y santidad. Pocas obras de ciencia-ficción pueden exhibir unos protagonistas tan entrañables y dignos de admiración como los que protagonizan este relato.
  • ORWELL, George, 1984, Barcelona, Ediciones Destino, 1998; HUXLEY, Aldous, Un mundo feliz, Barcelona, Plaza y Janés, 1997. Dos novelas muy famosas que dibujan un futuro siniestro para la humanidad (este tipo de novelas recibe el nombre técnico de distopía o antiutopía). Aunque ni Orwell ni Huxley hayan acertado en las oscuras predicciones que escribieron en la década de 1930, hemos de admitir que en determinados aspectos no estamos tan lejos del mundo que retratan como pudiera parecer a simple vista.
  • WELLS, Herbert George, La guerra de los mundos, Madrid, Ediciones Anaya, 1997. Esta apasionante novela es, parafraseando a Saddam Hussein, “la madre de todas las batallas” contra los marcianos. Con ella el escritor inglés (a quien debemos considerar entre los maestros fundacionales del género) trata uno de los temas predilectos de la ciencia ficción clásica —la invasión de la Tierra por parte de malvados alienígenas que están a punto de aniquilar a la raza humana— con un inolvidable vigor.
  • WOLFE, Gene, El libro del sol nuevo, Barcelona, Minotauro, 1990-1996. Obra monumental (es una pentalogía, o dicho de otro modo, cinco novelas) donde destaca el genio imaginativo del autor, su brillante estilo narrativo y la profundidad de sus planteamientos ideológicos. En cualquier caso, no es una obra recomendable para los novatos, por su complejidad argumental y la densidad de sus significados.

Este artículo ha sido publicado en Egavista, revista escolar del I.E.S. “Ega”, de San Adrián (Navarra), 7,  febrero 2000, pp. 14-16.


Eduardo-Martín Larequi García

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Última actualización de la página: 6-12-2005

 

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