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Richard
Preston: Operación Cobra
La
ingeniería genética constituye un tema muy frecuente en
la narrativa anglosajona de los últimos años, como puede
observarse a la luz de unos cuantos títulos de reciente aparición:
Michael Crichton, Parque Jurásico (1991) y su continuación,
El mundo perdido (1995); Douglas Preston y Lincoln Child, El
ídolo perdido (1996), El relicario (1998, continuación
de la novela anterior), Nivel 5 (1997); Amitav Ghosh, El cromosoma
Calcuta (1997); Michael Marshall Smith, Clones (1997); John
Case, Código Génesis (1999) y El primer jinete
del Apocalipsis (2001); y Greg Bear, La radio de Darwin (2001)
(todas las fechas de publicación corresponden a las ediciones en
castellano).
Por su actualidad y sus múltiples implicaciones tecnológicas,
morales y hasta existenciales, el tema de la investigación genética
no podía ser ajeno al ámbito de lo que los anglosajones
llaman el mainstream o corriente principal de la literatura (El
cromosoma Calcuta). Sin embargo, la mayoría de las novelas
que he citado pertenecen más bien a otros territorios más
específicos, como la narrativa de ciencia ficción (Clones)
y de terror (El ídolo perdido, El relicario), el
techno-thriller, es decir, el relato de intriga y suspense de base
tecnológica (Nivel 5 y Operación Cobra), y
el best seller más o menos convencional (Parque Jurásico,
El mundo perdido). Todos estos relatos contemplan las tecnologías
de manipulación genética con una mirada de preocupación,
cuando no de alarma. A través de muy diferentes recreaciones del
mito de Prometeo, o de su más moderna versión —la
de Frankenstein— transmiten una nítida advertencia de que
existen hombres, instituciones y estados embarcados en la imitación
imprudente de la fuerza proteica —y a menudo rebelde y devastadora—
de la naturaleza.
Ahora bien, la actitud de la mayor parte de los autores que he citado
es con frecuencia poco definida o ambigua, más bien renuente a
conducir hasta sus últimas consecuencias ideológicas sus
propios planteamientos narrativos. Para el Crichton de Parque Jurásico
y El mundo perdido o los Preston y Child de El ídolo
perdido y El relicario, los peligros derivados de la manipulación
del ADN constituyen una oportunidad para enmarcar un espectáculo
novelístico —y también cinematográfico—
brillante, a veces arrebatador. Michael Marshall Smith, por su parte,
propone en Clones una parábola futurista de una negrura
tan deshumanizada y atroz que apenas resulta imaginable. Case y Richard
Preston, por último, ubican sus ficciones en situaciones más
realistas y verosímiles, aun cuando el primero se aleja de la especulación
científica para lanzar una severa mirada sobre el fenómeno
de los grupos religiosos integristas (lo cual no excluye un happy end
bastante previsible y hasta ridículo, con la insinuación
de un milagro), mientras que el segundo subordina la más que notable
virtualidad crítica de su novela a los moldes estructurales y a
los tópicos temáticos del thriller de acción.
En efecto, Operación Cobra1
debe leerse en primer lugar como una muestra muy representativa del moderno
thriller de base científica, ambientado en un marco geográfico,
social y cultural perfectamente reconocible para el lector medianamente
culto —la Nueva York contemporánea—, a quien se le
ofrece un espectáculo de lectura absorbente, sobre los esquemas
estructurales típicos de este género: montaje paralelo,
diversidad de escenarios, personajes lineales y más bien estereotipados,
potente fundamentación científica y tecnológica,
narración funcional de ritmo creciente, calculadas dosis de efusión
sangrienta (esta novela se distingue por algunas secuencias de especial
crudeza, que el lector tendería a considerar inverosímiles
si no fuera porque tienen un fundamento empírico incontrovertible),
y, por último, un final relativamente feliz y cerrado, que no obstante
consiente una posibilidad de apertura, susceptible de ser aprovechado
como punto de enganche para posibles continuaciones.
No
sería justo exigirle a la novela otros méritos ajenos a
las características propias del género al que pertenece.
Ahora bien, incluso para el consumidor habitual del thriller —yo
lo soy, no me avergüenzo de reconocerlo— hay ciertos aspectos
que son poco aceptables. En primer lugar, cierto desaliño estilístico
(que tal vez podría ser imputable a la traductora, en estos casos
nunca se sabe). En segundo lugar, el hecho de que el autor ha dibujado
unos personajes no ya planos, sino incluso borrosos, cuyos rasgos apenas
van más allá de su mera función actancial; a este
respecto debo señalar que la insinuación de una posible
relación amorosa entre los dos personajes principales es tan leve
y tiene tan poco interés que uno se pregunta por qué el
autor la incluye. Por último, la debilidad estructural de la novela,
que en mi opinión no acaba de integrar de forma satisfactoria la
parte documental y la ficción (en este aspecto Michael Crichton
me parece muy superior a Richard Preston), y cuyo desenlace resulta apresurado
e inconcreto, como si el novelista hubiera querido quitárselo de
encima para evitar una posible reflexión crítica del lector.
En cualquier caso, he de admitir que el argumento de la novela —el
relato de los esfuerzos de médicos y agentes de la policía
neoyorkina y del F.B.I. para descubrir y detener a un ingeniero genético
responsable de haber creado un virus sumamente contagioso y de efectos
tan letales como horrendos— es apasionante, con páginas de
gran vigor narrativo. El lector puede perfectamente prescindir de consideraciones
artísticas para sumergirse en un frenético seguimiento de
los avatares de esa investigación, la cual nos conduce a escenarios
que suscitan un fuerte impacto emocional: remotos atolones polinesios,
donde el ejército americano probó sus armas biológicas
a finales de los años sesenta, siniestras instalaciones iraquíes,
rusas y norteamericanas, dedicadas a la llamada “biología
negra”, oscuros túneles y galerías abandonadas del
metro neoyorkino, donde el responsable de la propagación vírica
abre su maléfica caja de Pandora. Si no conociera la obra de Douglas
Preston y Lincoln Child, yo hubiera asegurado que este paisaje subterráneo
rendía homenaje a la obra de H.P. Lovecraft. Sin embargo, y habida
cuenta del parentesco entre los dos Preston —son hermanos—,
me parece más oportuno creer que Richard ha aprovechado los conocimientos
adquiridos por Douglas sobre el ferrocarril metropolitano de Nueva York,
entre cuyos túneles transcurren algunos de los episodios más
terroríficos de El ídolo perdido y El relicario.
Al principio de la reseña he señalado las debilidades ideológicas
de la moderna novela de intriga y acción anglosajona, generalmente
incapaz de formular un mensaje convincente que supere los estereotipos
y las expectativas del mercado literario de consumo masivo. Sin embargo,
el libro de Richard Preston es más sincero y honesto en este aspecto
que otros. Conforme avanza la trama, la denuncia de los intereses de lo
que Eisenhower llamaba “el complejo industrial-militar” se
hace más que evidente. En este sentido, hay que poner de relieve
el hecho de que “los malos” no sean, como ocurre tan a menudo
en otros thrillers —los de Tom Clancy, por ejemplo—,
extranjeros (rusos, árabes, orientales...), o rebeldes contra el
orden social, sino empresas norteamericanas de tecnología punta
embarcadas en lucrativas operaciones ajenas a cualquier consideración
ética, capaces de producir no sólo armas de destrucción
masiva, sino también empleados enfermos de odio y megalomanía.
Es cierto que los héroes también tienen un perfil clara
e indudablemente norteamericano, y que entre ellos están los inevitables
militares y agentes federales, tan competentes, expertos y arrojados como
los del ya citado Clancy. No hay que olvidar, sin embargo, que la protagonista
es una doctora de los servicios de la sanidad pública, a cuyos
miembros está dedicada la novela. Tan sincero parece el elogio
a la sacrificada labor de estos profesionales como la advertencia sobre
el monstruo que tal vez se esté incubando en los cuartos traseros
de las mismas empresas biotecnológicas que una y otra vez nos deslumbran
con sus cotidianos descubrimientos.
Notas
1. Operación Cobra, Barcelona,
Círculo de Lectores, 2000. Título original: The Cobra
Event, 1997; traducción de Elvira Saiz. «
Última actualización de la página:
6-12-2005
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